miércoles, 9 de mayo de 2012


Ese monstruo tiene los ojos clavados en mí. No me pierde de vista, vaya a donde vaya: si me acerco a la barra, me está mirando, si me siento en una mesa a contar las monedas, lo mismo… Y si sigo aquí, de pie frente a la máquina, su inquisidora mirada sin párpados me taladra, me clava al suelo, me mantiene en el ritual.
Es un bicho tan enorme y parece tan real que da la impresión de estar incrustado en la pared. Hay veces que, tras horas y horas de darle a la palanca, creo oírle respirar disimuladamente. Yo le llamo Hun; sé que no es un nombre muy español, pero igual no es más que un trozo de plástico, tela y cuero hecho en alguna fábrica de Hebei. Un día de estos voy a preguntarle al hijo del dueño si es real o no.
Hoy las mesas están descuidadas… bueno, más que de costumbre, me refiero. En este local tampoco es que sean muy limpios, y es verdad que entre la barra y la máquina de tabaco he visto corretear pequeñas formas en las que no he querido fijarme demasiado, pero es que hoy parece todo especialmente cargado. El olor de la freidora es omnipresente, los cristales están dejando de ser siquiera traslúcidos y parece que la barra sea un depósito de servilletas y palillos usados, pinchos a medio engullir y churretones de… bueno, de algo misterioso. Y amarillento. Cielo santo, qué asco. Volvamos a la máquina.
Ahí están sus lucecillas rojas y su sensual, a la par que estridente, melodía. “Tres, dos, uno… ¡siga!”. Cincuenta céntimos siguen a la petición y ya estoy otra vez dentro. La luz, esta vez, parece seguir un patrón descendente de derecha a izquierda, en diagonal. Así que… ¡ahora! ¡Bien, cinco euros! Y uno más por la ranura, que tengo que ver si la Dama Fortuna está frotándome la espalda. ¡Y… sí! Premio de campanillas: cincuenta euros.
Miro a mi alrededor por si alguien ronda para echar mano al montón de monedas que salen en estampida hacia la bandeja, pero no: Es como si me hubiese vuelto invisible, cotidiano, un objeto más de este bar, como Hun. Recojo mi premio y meto el dinero de la Fortuna en el bolsito ordenadamente, pero no sin antes guardar un puñado en mi bolsillo derecho para seguir un buen rato más.
Patrón, patrón, patrón. Nada esta vez, a ver si a la siguiente. Patrón, pa… ¡ahí estás! Forma omega discontinua. Pulso el 2 y… ¡el 5! ¡Ahí estás! Pero es poco, sólo un premio de Capones, no más de diez euros.
Bueno, voy a salir a fumar y ver si estiro las piernas. Ahora mismo vuelvo.

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