sábado, 24 de noviembre de 2012

Cuchillos y palomitas II.- "THE HUMAN CENTIPEDE 2: FULL SEQUENCE" de Tom Six


      Repugnancia, censura y terror extremo. ¿Es el buen gusto algo a respetar a cualquier precio? ¿Hay, acaso, unos ciertos acuerdos tácitos respecto a lo que se puede filmar y lo que no? ¿La nausea nace... o la hacen este tipo de espectáculos dantescos? Con los límites de espacio y complejidad conceptual que nos impone la agradable lectura de una humilde crítica, trataremos de poner en jaque la opinión generalizada respecto a lo que, hartos ya de menosprecios y prejuicios, muchos fans hemos venido a llamar terror extremo en sustitución del maldito cliché del gore y, para ello, abordaremos un análisis a vuelapluma de la segunda parte de la controvertidísima trilogía del ciempiés humano.

      The human centipede 2: Full sequence es una película perteneciente al género de la torture porn, algo que, de tan marginal, resulta una categoría algo pretenciosa (sobre todo porque, más que porn -no se ven más que unas cuantas tetas y culos y los actos sexuales no son en absoluto explícitos-, aquí encontramos mucha torture de la dura). Co-producción británico-holandesa estrenada en el año 2011, nos ofrece una segunda y sugerente vuelta de tuerca sobre la desquiciada idea de la primera parte: el intento demente de unir a una serie de personas a través de sus aparatos digestivos (¡ñam, ñam!) y mutilar sus rótulas para que sólo puedan moverse arrastrándose, como un pesadillesco animal gigante. Del director Tom Six podremos decir muchas cosas (“WTF!”, la primera), pero que no tiene visión comercial desde luego no será una de ellas, pues el rechazo y consiguiente censura total en U.K. (en la línea de La naranja mecánica en su día, por cierto) y los cortes que para su estreno recibió en los U.S.A. le han dado una publicidad impagable y puesto en boca de todos los frikis bizarros. ¿Recordáis la polémica de A serbian film? Pues lo mismo, pero más underground; y es que ya la sola sinopsis revuelve el estómago del más aguerrido...

      Martin, un deficiente mental y degeneradísimo freak que vive con su castradora madre y da cosica sólo con verle (uno de los mayores aciertos de la película, aunque lo cierto es que también el mad doctor de la primera se las traía...), está obsesionado de forma insana con The human centipede: first sequence. Los primeros minutos nos muestran, así a bocajarro, cómo su trabajo de vigilante en un aparcamiento le permite secuestrar, previo golpetazo de desencofrador, a una docena exacta de pobres e incautos jóvenes que pretende fundir en un nuevo ser para hacer realidad la morbosa fantasía sacada de su obra fetiche. Sin más giros y con apenas un par de tramitas secundarias (la madre cumpliendo el omnipresente cliché del terror de “zorra loca”, los recuerdos de Martin de los abusos sexuales a los que le sometía su padre de niño -con voz en off del propio Tom Six-, un vecino macarra que acabará formando parte del monstruo...), el grueso de la película nos muestra, de forma absolutamente explícica, cómo el amigo Martin pilla grapadora, cuchillos, serrucho y martillo oxidados y se marca un Bricomanía orgánico que hace honor a la publicitaria sentencia de estar ante “la película más enfermiza de la historia”. El decepcionante final, que rompe la precaria coherencia de esta hora y pico de desasosegante pesadilla, deja lista la llegada de la tercera parte... y hasta aquí puedo leer.

      ¿Qué interés puede tener perder hora y media de nuestra vida ante este repugnante espectáculo? Esta no es, sin duda, una película hecha para el espectador medio. The human centipede 2: Full sequence cumple con una de las funciones fundamentales del arte: forzar los límites de su campo hasta lo intolerable y, así, mostrarnos que, por mucha libertad de expresión que creamos haber alcanzado, la censura siempre anda al acecho. Pero, más allá del valor intrínseco de la ruptura de las convenciones burguesas respecto a lo admisible y el buen gusto, estamos ante una película que cuenta con algunos aciertos remarcables: la perturbadora actuación del protagonista Laurence R. Harvey, la originalidad en un género (el terror) cuyos tópicos han sido tan manoseados y standarizados por la industria que han perdido su efectividad (¿en serio a alguien le importa lo más mínimo que un zombie con machete empale a la lasciva parejita en la cabaña del bosque?), el mostrarnos descarnadamente la fragilidad del cuerpo y la indefensión ante un monstruo que no duda un segundo en cosificarnos para su propio deleite, anulando nuestra humanidad más básica, el reflejo del miedo paranoide ante la potencial brutalidad asesina de nuestro desconocido vecino....

      Sin embargo, tampoco vamos a ser tan necios como para negar que estamos ante un producto de ínfima calidad. La historia no tiene ningún giro y se desarrolla de una forma tan lineal y previsible que puede resultar aburrida. Los escasos diálogos son tan tópicos que rozan lo caricaturesco, así como los inexistentes matices e, incluso, rasgos de personalidad de todos los personajes (¿alguien recuerda el nombre de algún personaje que no sea Martin? Penoso...). La ausencia de banda sonora o música incidental es imperdonable. Además, y quizá sea esto lo más grave pues es un defecto común a toda la saga, la motivación de los desquiciados protagonistas para crear un ciempiés humano es clamorosamente insuficiente para justificar el festín de atrocidades que observamos, lo que nos mueve a pensar que estamos, básicamente, ante un producto filmado únicamente para levantar polémica y dar que hablar: más original y rompedor que la producción mainstream media, pero con una calidad insuficiente como para causar una adhesión sincera entre los devotos del género.

      Por todo esto, recomendamos The human centipede 2: Full sequence a todo aquel fan de los higadillos, la casquería en general y la insana fusión entre la cirugía amateur y el uso creativo de artículos de ferretería... y papelería. A años luz queda esta gamberrada de otras interesantes obras del terror extremo como A'lintérieur, Martyrs o la mítica La matanza de Texas: el espíritu de transgredir y recrear atmósferas insanas hasta lo inadmisible es el mismo, pero el resultado es tan caricaturesco que queda muy por debajo de estas otras interesantes películas. Y, desde luego, si te decides por verla, querido lector, hazlo con la digestión hecha y sin intención de cenar después. No digas que no te lo advertí...

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Cuchillos y palomitas I.- “71 FRAGMENTOS DE UNA CRONOLOGÍA DEL AZAR” DE Michael Haneke

-->

     Desde Un perro andaluz de Dalí y Buñuel hasta Anticristo de Von Trier, el cine de autor abre un insondable abismo entre el cineasta y el público, un vacío al que los espectadores deben dar forma bidireccionalmente, reelaborando lo que les ofrece el director de forma aparentemente inconexa y construyendo el significado de la obra. Esto mismo es lo que ocurre en 71 fragmentos de una cronología del azar, pero nos cabe la duda de si el austriaco Michael Haneke se habrá excedido en su ambición. A fin de cuentas, y valorando la innovación y la originalidad como características encomiables del séptimo arte, ¿no puede llegar el autor, en su excesivo celo por apartarse de lo mainstream, a traicionar las mismas bases del contrato cinematográfico y, así, a su público?

     71 fragmentos de una cronología del azar (1994) es la tercera película del director, escritor y dramaturgo Michael Haneke, y supone el cierre de su llamado “ciclo de la violencia de la sociedad moderna”. Aunque no sea una de sus películas más conocidas, en ella encontramos ciertos rasgos narrativos y estilísticos que caracterizarán la filmografía del austríaco: plasmación descarnada de la violencia, reflejo de las angustias existenciales del urbanita actual, desafección patológica entre los personajes, aparente falta de ritmo y coherencia estructural.... Sin embargo, en este caso Haneke llega mucho más lejos que en otras obras inquietantes como La pianista o Funny games, pues prescinde por completo de cualquier atisbo de linealidad, coherencia o sentido manifiestos.

     En esta película, y a través de 71 fragmentos cuya conexión no entenderemos hasta los últimos cinco minutos de película, se nos presentan pequeños retratos costumbristas de la cotidianidad de una serie de personajes cuyos destinos están fatídicamente unidos: un matrimonio que adopta a una niña apática y después a un inmigrante rumano, un guarda de seguridad cuyo ambiente familiar ha sido desquiciado por el sinsentido de la alienante cotidianidad, un anciano solitario cuyas únicas compañías son la televisión y la distante voz de su hija por teléfono y un joven acomodado dedicado a las típicas actividades ociosas y diletantes de la vida universitaria. Una de las características más llamativas (y, para qué negarlo, desesperantes) de 71 fragmentos... es la total ausencia de ritmo: En su interés por la desafección emocional, el distanciamiento analítico y el estilo narrativo naturalista (de inspiración intelectual positivista), Haneke prescinde de los elementos estructurales de la narración cinematográfica y apuesta (como hará también el director estadounidense David Lynch, por cierto) por que sea el propio espectador el que elabore en su cabeza alguna coherencia narrativa que dé unidad a la película, ofreciéndonos fragmentos descontextualizados hasta el extremo de las aburridas rutinas de los personajes. Esto hace que el visionado de la película sea, como el propio director se enorgullece en reconocer, exasperante, irritante y aburrido. El final nos da cierta clave para poder hilar estos retazos de historia, pero para cuando llega ese anhelado momento el espectador se encuentra tan frustrado y harto que hay que hacer un esfuerzo supremo de amor a la experimentación (y, quizá, de snobismo) para justificar esta hora y media de tedio y abulia.

     A su favor podemos subrayar precisamente los rasgos que caracterizan al cine de autor y que ya hemos ido apuntando en este escrito: construcción compartida autor/público del sentido, evocación y capacidad de reconocer ciertas situaciones antes que construcción lineal y directa de la historia, intención de escandalizar y provocar.... Haneke, sin duda, fuerza en esta obra todos los límites de la narrativa (y la paciencia) y lleva al límite lo que entendemos convencionalmente por narración, algo que resulta estimulante para el espectador de forma meramente intelectual. También es admirable cómo esta película es fiel hija de su tiempo, denunciando los crímenes de guerra en Kosovo (en clara apelación al controvertido político Kurt Waldheim) y la violencia resultante de la abulia alienante del estilo de vida burgués.

     Por otro lado, considero que esta obra es, en definitiva, un fracaso. Aunque, y esto es una triste constante en la obra del austríaco, transgrede de manera forzada la barrera del aburrimiento y la irritabilidad, dicha apuesta no se ve (como sí ocurre en la MAGISTRAL obra del nunca suficientemente idolatrado Ingmar Bergman) respaldada por una hipótesis o idea con la suficiente fuerza, calado y profundidad que justifique estos abismos, luego la forma no guarda ninguna proporción con el contenido, cayendo en la pedantería. La experimentación narrativa y el estilo personal son características más que apreciables, pero en el caso de Haneke la futilidad y lo peregrino de las ideas que evoca no llegan al nivel de exigencia intelectual que anuncia su rompedor estilo, con lo que deja en el espectador una sensación amarga de haber sido traicionado por las ínfulas de un pedante antes que seducido por las sugerencias de un autor.

     En definitiva, 71 fragmentos de una cronología del azar resulta interesante exclusivamente desde una perspectiva académica e intelectual, pero al común de los mortales le resultará un coñazo insufrible. Te encantará si estás con el gafapastismo subido y eres un zombi devorador de Cahiers du cinéma, un completista de las filmografías de autores fetiche del stablishment intelectual europeo o si quieres fardar de cultureta, pero poco más. Si te interesan la violencia estructural del capitalismo consumista, el aislamiento y la esquizofrenia congénitas del ciudadano narcisista postmoderno y el sinsentido de la vida tienes obras (ensayos, principalmente) mucho más sugerentes y, sobre todo, digeribles que te acerquen a la inefabilidad de nuestro monstruoso mundo que esta hora y media de pedantería y tedio.

miércoles, 8 de agosto de 2012


El resplandor de los rayos del sol sobre los cristales del autobús me trae a la memoria el estanque de mi pueblo. En verano, mi prima Shima y yo cazábamos renacuajos entre los helechos de la orilla, en esos años previos a que todas las chicas se volviesen unas tontas y unas blandas. Ella, más decidida que yo, me echaba en cara estar siempre en otra parte, pero no se daba cuenta de que en realidad estaba más presente allí que ninguna otra cosa, observando el movimiento de las ondas del agua a nuestro alrededor, oyendo el zumbido de las libélulas que bailaban entre los juncos y enamorándome de las perlas que lucía Shima cuando se carcajeaba de cualquier tontería.
Jamás se lo diría a nadie, pues cualquiera pensaría que estoy loco al acordarme de esos ensueños infantiles, pero los círculos que se formaban alrededor de nuestras, en mi memoria, enormes figuras me hicieron empezar a creer en La Divina Providencia. Todo estaba demasiado bien orquestado, demasiado cargado de belleza y significado, como para no ser designio de una inteligencia superior que lo guiase. No sabía, ni sé aún, si se trata de un creador o de un demiurgo, si formó el mundo desde la Nada o dio forma al cosmos a partir de un haz de cosas caóticas, pero de lo que no me cabe la menor duda es de que el la realidad tiene un cierto orden eterno. Las lluvias, las catástrofes, los movimientos de las hojas en un charco, los picores que nos despiertan de noche, tienen una razón de ser, son parte de un plan que no acierto a comprender. Pero no me rindo ni pienso dejar de intentarlo.
Algo que siempre me ha inquietado es saber dónde está el centro. Quizá en la misma Providencia, quizá en el planeta Tierra, o en el ser humano. Si es verdad que la Providencia es como dicen los curas occidentales no puede encontrarse en Él, pues resultaría un esfuerzo inútil dotar de forma a lo que, de por sí, ya funciona sin ningún sistema que lo permita. A fin de cuentas, esa es la función de todo orden: posibilitar que un conjunto de elementos diferentes trabajen en armonía unos con otros. Por eso, quizá el corazón del orden sea nuestro propio planeta Tierra, que funciona como un enorme cuerpo viviente donde todas las partes son imprescindibles y se necesitan entre sí. Sin embargo, nuestro mundo rebosa muerte y dolor, ambos sentimientos que impiden el equilibrado desarrollo de cualquier vida, así que tampoco puede ser la Tierra la casa del orden. ¿Seremos acaso nosotros? El milagro de la existencia de nuestra especie parece parece dar cuenta de ello, y más con todo lo que hemos…
… ¡¡Eh, que me paso de parada!! Menos mal que el conductor ha parado unos metros más delante de lo que le correspondía, porque si no me quedo aquí como un tonto. La palanca me espera, el rugir de las entrañas del mecanismo y la furiosa mirada de la bestia Hun.

miércoles, 25 de julio de 2012



Antón echó el cierre de “El vigía” a eso de la una y media. El chirrido de la reja metálica le caló hasta las entrañas, llamando a formar a la calma y el alivio diarios que suponían terminar otro día más la jornada. Ching se había marchado hacía apenas diez minutos, el pistoletazo de salida para recoger la calderilla y cerrar el chiringuito.
Tardó un par de segundos más de lo habitual en incorporarse tras cerrar el candado, en un vano intento de controlar los mareos que le atenazaban las últimas semanas. Quizá debería acercarse a ver al doctor Urtiaga, pensó, pero Iñaki estaba muy ocupado con un trabajo de la universidad y no podía tener el bar cerrado. Llevaba tiempo pensando en buscarse a alguien para que le sustituyese en casos como ese, pero no se fiaba de ningún sudaca que pudiese contratar. Esa gente tiene un montón de hijos, abuelos y primos en sus países esperando con ansia todo dinero que sus cabezas de lanza pudieran sacar del primer mundo, y quién le aseguraba a Antón que no le irían robando poco a poco, céntimo a céntimo, todas las noches parte del dinero que con tanto esfuerzo y sacrificio se ganaba. Y de los del pueblo no podía fiarse, claro está, envidiosos y vagos que son y han sido siempre.
Deseó, inútilmente, que Carmela siguiera a su lado y estuviera dispuesta a compartir su carga. No habían pasado ni dos semanas… bueno, daba igual, las cosas en casa seguían como siempre y eso era lo único importante. Disciplina, Antón, disciplina y ánimo, hasta que la muerte te lleve.
Miró alrededor para comprobar que no tenía gorrones a la vista, sacó un Ducados del bolsillo de la camisa y el encendedor le puso en paz de nuevo consigo mismo. Qué deleite supone siempre ese cigarro, el que te da la bienvenida a la recobrada libertad de tu propia vida. Dejó que el humo y el sabor inundasen su olfato, y el olor de mil amaneceres, doscientos sinsabores y apenas un puñado de alegrías le recordó quién era.
La calle estaba totalmente vacía a esa hora, y la calma del valle sólo se veía interrumpida por el cíclico zumbido de algún cuadro eléctrico cercano pero ilocalizable. Exhaló una profunda bocanada de humo azul, que se fue fundiendo con la macilenta luz que proyectaba por doquier la farola. Eso era, la farola, de ahí arriba parecía provenir ese sonido tan molesto. Mañana le diría algo a Paco sobre el tema, a ver si podía mandar a alguno de los moretes chapucillas que le sacaban el dinero haciendo como que trabajaban. Con sus palabras indescifrables y su aparentemente inseparable sonrisa, esos marroquíes siempre le habían caído simpáticos a Antón, sobre todo cuando le contaban historias de Ceuta y los valientes soldados españoles que protegían España de las hordas africanas. Casi parecía que les admiraban ellos más que él…
Estaba a punto de caer una buena tromba de agua, seguro. Igual no esa noche, ni el día siguiente, pero a no mucho tardar tenía que llover, pues sus huesos le crujían de manera sintomática e inconfundible. No se habían visto nubes grises ni había previsión de ello, el viento no traía el característico y familiar olor condensado de humedad, pero algo desde dentro le decía a Antón que el pueblo sería otra vez castigado por las lágrimas de los angelitos, como llamaba su madre a las gotas de lluvia.
Pues otro día más, otro día menos. Esperaba que Carmela tuviera la cena en la mesa, esperaba ser recibido por el apacible canturreo de algún tertuliano que le contase, desde el transistor, cómo los socialistas estaban destruyendo el país y esperaba por encima de todas las cosas el momento de volver a la cama, a su santuario. Mañana volvería al mundo, al tintineo de las monedas de Ching, a las croquetas y a los taponcillos de pacharán, pero el tiempo que le separaba de volver a los brazos de Carmela sería dedicado, con espartano deleite, a su ritual diario de rutinas caseras, las últimas barreras que le separaban del insondable abismo que siempre iba consigo.

martes, 24 de julio de 2012


No sé si podré darle forma a mis pensamientos. El abismo de la pantalla en blanco es, para mí, más doloroso que vacuo, pues cada palabra supone una pequeña traición a mí mismo. La vida se me presenta con tal variedad de matices, texturas y recovecos que casi siempre el arrebato y el éxtasis se imponen al análisis y, por tanto, vivo antes que escribo.
Eso mismo, por cierto, siempre me ha parecido bastante fariseo en el caso del Romanticismo. Como corriente opuesta a la mesura y la muerte que se esconden detrás de la Razón, el Romanticismo debería suponer un compromiso inalienable con la Vida y la Pasión pero, sin embargo ¡casi todos los grandes románticos fueron escritores! Antes que aventureros (por mucho que Byron lo pareciese, en realidad era un consentido con aires de cruzado), hedonistas y hombres de acción, se escudaron tras palabras hermosas, apuñalando inmisericordemente a la musa con sus lexemas y conjugaciones.
Hoy, como siempre, la palabra es la gran enemiga del ser humano. La espléndida torre de marfil con que sueñan los escritores encadena sus voces, niega la historia afirmando la trama. Recordemos el tiempo en que escribir era un sacrilegio, en que las tradiciones, sueños y logros de los pueblos se extendían de boca en boca, no más allá ni más acá de la voz del juglar. El virus del ser tiene en la palabra su más nítida y mortal encarnación.
Y, sin embargo, en noches como ésta, se imponen el rigor y la forma. Usted, lector, confidente y sacrílego, exige la redacción de unas líneas para juzgarme, la articulación de unas ideas para poder evaluarme y etiquetarme con una nota, acaso un borrón de tinta sobre un absurdo papel que me den el título por cuya consecución piqué el anzuelo de la academia. Y aquí estoy, pegado a una pantalla de ordenador mientras las calles arden de amor, caricias y delirios, postrándome de nuevo ante el dios del “logos”, como tantas otras veces.
Venciendo la sacrosanta inercia del devenir, pulso el teclado como antaño se pintaba la piel. Porque quizá ese esfuerzo por cristalizar el día a día en conceptos sea, también, vida, a fin de cuentas. Hoy claudico ante la responsabilidad y la aritmética para ser ungido con las esencias de la ciencia. Espero se tenga en cuenta el sacrificio que esto supone para mí a la hora de ser juzgado con cierta indulgencia, pues el fragmento y el fractal componen mi manera radical de ser y cada nueva pulsación es como un nuevo paso que me acercase a La Parca.

Me admira la disciplina de Ching. Todos, todos los días sin faltar uno, entra en el bar con su característico bolsito tintineante para dedicar el día a la tragaperras. A las once y pico creo que me dijo mi padre que llegaba, sin retrasarse siquiera un segundo. Yo, que no soy capaz de levantarme a la misma hora si no tengo examen, me admiro con el frío rigor con que nuestro oriental cliente domina su tiempo.
A veces imagino que es una cuestión cultural. Supongo que es la más fácil y socorrida explicación, como cuando achacamos un desaire femenino a la menstruación, así que quizá no sea más que producto de mis fantasmas este prejuicio. Lo cierto es que desconozco casi por completo la cultura china, pero a veces sueño despierto con chiquicientas personas de ojos rasgados e inescrutable gesto haciendo todo al mismo tiempo. Seguramente tiene especial peso en mi imaginación las imágenes de los cruces de calles, plagados de semáforos, de Japón, pero debería ser consciente de que Japón no es China, ni Laos, ni Camboya, ni Vietnam. Quizá sea así como nacen los monstruos, con retales de imágenes y atajos mentales fundiéndose en las profundidades de nuestros inconscientes.
El profesor de Culturas Comparadas nos evaluará con una investigación sobre alguna cultura lejana, así que he elegido la china y creo que Ching puede ser un objeto de observación muy interesante. De momento parece un ludópata más, sistemático y con un reloj implacable, pero no muy distinto que el clásico borrachín que dilapida el sueldo frente a una de las mil tragaperras que perlan las tascas patrias. No sé aún cómo voy a articular el trabajo, y seguro que vuelvo a crecerme en la introducción creyendo que eso me destacará sobre el resto de los que lea el profesor… o que al menos le arrancaré una misericordiosa sonrisa cuando intuya lo puestísimos que pueden llegar a estar sus alumnos frente a un ordenador.

miércoles, 9 de mayo de 2012


Ese monstruo tiene los ojos clavados en mí. No me pierde de vista, vaya a donde vaya: si me acerco a la barra, me está mirando, si me siento en una mesa a contar las monedas, lo mismo… Y si sigo aquí, de pie frente a la máquina, su inquisidora mirada sin párpados me taladra, me clava al suelo, me mantiene en el ritual.
Es un bicho tan enorme y parece tan real que da la impresión de estar incrustado en la pared. Hay veces que, tras horas y horas de darle a la palanca, creo oírle respirar disimuladamente. Yo le llamo Hun; sé que no es un nombre muy español, pero igual no es más que un trozo de plástico, tela y cuero hecho en alguna fábrica de Hebei. Un día de estos voy a preguntarle al hijo del dueño si es real o no.
Hoy las mesas están descuidadas… bueno, más que de costumbre, me refiero. En este local tampoco es que sean muy limpios, y es verdad que entre la barra y la máquina de tabaco he visto corretear pequeñas formas en las que no he querido fijarme demasiado, pero es que hoy parece todo especialmente cargado. El olor de la freidora es omnipresente, los cristales están dejando de ser siquiera traslúcidos y parece que la barra sea un depósito de servilletas y palillos usados, pinchos a medio engullir y churretones de… bueno, de algo misterioso. Y amarillento. Cielo santo, qué asco. Volvamos a la máquina.
Ahí están sus lucecillas rojas y su sensual, a la par que estridente, melodía. “Tres, dos, uno… ¡siga!”. Cincuenta céntimos siguen a la petición y ya estoy otra vez dentro. La luz, esta vez, parece seguir un patrón descendente de derecha a izquierda, en diagonal. Así que… ¡ahora! ¡Bien, cinco euros! Y uno más por la ranura, que tengo que ver si la Dama Fortuna está frotándome la espalda. ¡Y… sí! Premio de campanillas: cincuenta euros.
Miro a mi alrededor por si alguien ronda para echar mano al montón de monedas que salen en estampida hacia la bandeja, pero no: Es como si me hubiese vuelto invisible, cotidiano, un objeto más de este bar, como Hun. Recojo mi premio y meto el dinero de la Fortuna en el bolsito ordenadamente, pero no sin antes guardar un puñado en mi bolsillo derecho para seguir un buen rato más.
Patrón, patrón, patrón. Nada esta vez, a ver si a la siguiente. Patrón, pa… ¡ahí estás! Forma omega discontinua. Pulso el 2 y… ¡el 5! ¡Ahí estás! Pero es poco, sólo un premio de Capones, no más de diez euros.
Bueno, voy a salir a fumar y ver si estiro las piernas. Ahora mismo vuelvo.

domingo, 6 de mayo de 2012

   Pues sí, el chinito este se tira aquí las horas muertas. Y a mí me parece de puta madre, ¿eh?, y que se divierta y esté entretenido más, que si no vete tú a saber qué estaría haciendo por ahí. Estos que vienen de fuera ya se sabe,,,
   Pero también te digo que esto ya no es lo que era: antes charlabas con los parroquianos, los conocías, sabías el nombre de sus hijos, desde qué pueblos se habían venido a Madrid, todas sus guarradas… no sé, de todo. Y así se pasaba la vida de otra forma. Pero ahora cada vez tengo más clientes de fuera y entre panchitos, moros, chinos y rumanos, se nos está quedando esto que parece La Haya.
   Y a mí me parece de puta madre, eso por delante, pero ya no entiendo a mis clientes, y eso es un coñazo. No voy a ser yo el racista, pues todos son de lo más formales y educaditos; tanto, que a veces te cabreas ya de verles agachar tanto la cabeza. Todo son gracias, buenos días, si me hace usted el favor, amigo amigo… joder chica, si el otro día Winston, un peruano muy majo que curra de repartidor, llamó a mi hijo doctor,,, y sólo porque se enteró de que está en la universidad.
   De todas formas, creo que tú estabas aquí para hablar de Ching. Pero no creas que te he soltado el rollo, que yo siempre pienso muy mucho lo que digo antes de abrir la boca, ¿eh? Que no soy otro camareta brasas de esos, ¿eh? Esto era como la introducción, que así te ahorro trabajo luego cuando tengas que escribirlo. Bueno, al tema, aunque no sé si voy a serte mucho de ayuda en tu trabajo.
   Ching lleva viniendo al bar un par de años o así, pero desde hace dos semanas el cabrón no se despega de la tragaperras. Y yo me pregunto que de dónde sacan los chinos tanta pasta, porque les he visto yo con unos fajos que se te caerían los huevos. Bueno, o los ovarios a ti, supongo, que ahora hay que estar siempre al loro de no faltaros.
   A ver, el caso es que el chino se deja cada día aquí un dineral. Esto no lo escribas ni lo saques luego en tu artículo, pero de quinientos euros diarios no baja. Y yo no me quejo, eh, que luego de eso parte va a la saca, pero el cabrón ya podía pedirse algún cubata y no tanto puto zumito de manzana, que con eso no me voy yo a hacer rico.
   Pues eso, que el tío llega aquí a eso de las once,,, no, espera, entra por la puerta a las once y siete segundos exactos. Da un poco de cosa verle entrar todos los días la misma hora, pero supongo que no sólo los españoles vamos a estar sonados, ¿eh? Que mucho año nuevo del dragón, que si papito y mamita y que si Mahoma y su puta madre, pero noticias de extranjeros a los que se les va la puta cabeza no he visto yo en la tele. Pero claro, ahora es que todos somos diferentes y hay que respetar a todo el mundo,,, que manda huevos. Bueno, o ovarios, claro.
   Yo creo que el Ching debe tener algún tipo de cosa obsesiva en la cabeza, que la del cuarto A tiene un trastorno obsesivo de esos y no veas las cosas raras que hace, la tía. Y todas a la misma hora, pero justo a la misma. No creas que la jodía se retrasa ni medio segundo en tirar de la cadena, poner la lavadora o incluso tirarse un pedo en la cama, que ya se sabe que las paredes ahora son de papel de fumar y se oye la tele del vecino como si tuvieras al maricón del Sálvame a tu lado pegando berridos.
   Joder, ya me estoy enrollando,,, Pues eso, que Ching entra todas las mañanas con un bolsito lleno de monedas y se tira dándole a la palanca y a los botones todo el día. Y mientras la mujer en la tienda con los niños colgando todo el día. Pero claro, que igual es su cultura y en China los hombres están toda su vida gastándose el dinero en las maquinitas, pero para eso no te vengas a España, ¿no? Y que conste que yo no soy racista ni tengo nada contra nadie, que hijoputas hay en todas partes, pero no me jodas cómo están viniendo los chinitos, no me jodas, que se lo están quedando todo, los cabrones.
   Hay veces que me dan ganas de decirle algo, pero creo que no es plan tampoco, ¿no? O sea, que cada cual hace con su vida lo que quiere, pero,,, Además, está también el asunto de que tampoco es que dé pie a tener una conversación, el tío. No se despega de la maquinita ni para mear, el tío cabrón. Y echa una moneda, y otra, y otra,,,
   Una cosa que me tiene preocupado es que parece que el tío no mea. ¿Sabes si los chinos mean menos que la gente normal? Porque yo no me explico cómo el tío puede tirarse horas y horas ahí enchufado y no haber ido a mear ni una vez.
   Pues eso, llega, se pega a la máquina y se va cuando cierro. Y la verdad es que eso me jode, porque imagínate que tú te tiras aquí, como yo, desde las diez de la mañana hasta la una o así y tienes aquí a alguien que casi no consume, con el que no puedes hablar porque no se entera de una mierda de lo que le digas y que te hace cerrar media hora más tarde porque está aquí tirando el dinero de su familia con esto,,, Pues manda cojones.
   Pero chica, mientras se deje la pasta, a mí me la suda, ¿no? Quién soy yo para meterme en la vida de la gente. Cada cual hace con el dinero lo que quiere, y si no te metes en la vida de los demás te evitas muchos problemas,,,
   Creo que al final voy hasta a darle las gracias un día porque no me dé el coñazo con sus batallas. Quizá que no hablemos el mismo idioma vaya a ser una bendición, a fin de cuentas. Total, para lo que me va a descubrir de la vida un chino,,,
   Pues eso es todo lo que te puedo decir de él. Espero que puedas sacar algo para tu artículo, pero yo tengo que ponerme a ordenar un poco la trastienda, que tengo al chico de exámenes y estoy yo solo con el bar. Y ya sabes, si te pasas por aquí a las once y media pillarás al chino empezando la jornada de vicio.
   Con Dios.