sábado, 24 de noviembre de 2012

Cuchillos y palomitas II.- "THE HUMAN CENTIPEDE 2: FULL SEQUENCE" de Tom Six


      Repugnancia, censura y terror extremo. ¿Es el buen gusto algo a respetar a cualquier precio? ¿Hay, acaso, unos ciertos acuerdos tácitos respecto a lo que se puede filmar y lo que no? ¿La nausea nace... o la hacen este tipo de espectáculos dantescos? Con los límites de espacio y complejidad conceptual que nos impone la agradable lectura de una humilde crítica, trataremos de poner en jaque la opinión generalizada respecto a lo que, hartos ya de menosprecios y prejuicios, muchos fans hemos venido a llamar terror extremo en sustitución del maldito cliché del gore y, para ello, abordaremos un análisis a vuelapluma de la segunda parte de la controvertidísima trilogía del ciempiés humano.

      The human centipede 2: Full sequence es una película perteneciente al género de la torture porn, algo que, de tan marginal, resulta una categoría algo pretenciosa (sobre todo porque, más que porn -no se ven más que unas cuantas tetas y culos y los actos sexuales no son en absoluto explícitos-, aquí encontramos mucha torture de la dura). Co-producción británico-holandesa estrenada en el año 2011, nos ofrece una segunda y sugerente vuelta de tuerca sobre la desquiciada idea de la primera parte: el intento demente de unir a una serie de personas a través de sus aparatos digestivos (¡ñam, ñam!) y mutilar sus rótulas para que sólo puedan moverse arrastrándose, como un pesadillesco animal gigante. Del director Tom Six podremos decir muchas cosas (“WTF!”, la primera), pero que no tiene visión comercial desde luego no será una de ellas, pues el rechazo y consiguiente censura total en U.K. (en la línea de La naranja mecánica en su día, por cierto) y los cortes que para su estreno recibió en los U.S.A. le han dado una publicidad impagable y puesto en boca de todos los frikis bizarros. ¿Recordáis la polémica de A serbian film? Pues lo mismo, pero más underground; y es que ya la sola sinopsis revuelve el estómago del más aguerrido...

      Martin, un deficiente mental y degeneradísimo freak que vive con su castradora madre y da cosica sólo con verle (uno de los mayores aciertos de la película, aunque lo cierto es que también el mad doctor de la primera se las traía...), está obsesionado de forma insana con The human centipede: first sequence. Los primeros minutos nos muestran, así a bocajarro, cómo su trabajo de vigilante en un aparcamiento le permite secuestrar, previo golpetazo de desencofrador, a una docena exacta de pobres e incautos jóvenes que pretende fundir en un nuevo ser para hacer realidad la morbosa fantasía sacada de su obra fetiche. Sin más giros y con apenas un par de tramitas secundarias (la madre cumpliendo el omnipresente cliché del terror de “zorra loca”, los recuerdos de Martin de los abusos sexuales a los que le sometía su padre de niño -con voz en off del propio Tom Six-, un vecino macarra que acabará formando parte del monstruo...), el grueso de la película nos muestra, de forma absolutamente explícica, cómo el amigo Martin pilla grapadora, cuchillos, serrucho y martillo oxidados y se marca un Bricomanía orgánico que hace honor a la publicitaria sentencia de estar ante “la película más enfermiza de la historia”. El decepcionante final, que rompe la precaria coherencia de esta hora y pico de desasosegante pesadilla, deja lista la llegada de la tercera parte... y hasta aquí puedo leer.

      ¿Qué interés puede tener perder hora y media de nuestra vida ante este repugnante espectáculo? Esta no es, sin duda, una película hecha para el espectador medio. The human centipede 2: Full sequence cumple con una de las funciones fundamentales del arte: forzar los límites de su campo hasta lo intolerable y, así, mostrarnos que, por mucha libertad de expresión que creamos haber alcanzado, la censura siempre anda al acecho. Pero, más allá del valor intrínseco de la ruptura de las convenciones burguesas respecto a lo admisible y el buen gusto, estamos ante una película que cuenta con algunos aciertos remarcables: la perturbadora actuación del protagonista Laurence R. Harvey, la originalidad en un género (el terror) cuyos tópicos han sido tan manoseados y standarizados por la industria que han perdido su efectividad (¿en serio a alguien le importa lo más mínimo que un zombie con machete empale a la lasciva parejita en la cabaña del bosque?), el mostrarnos descarnadamente la fragilidad del cuerpo y la indefensión ante un monstruo que no duda un segundo en cosificarnos para su propio deleite, anulando nuestra humanidad más básica, el reflejo del miedo paranoide ante la potencial brutalidad asesina de nuestro desconocido vecino....

      Sin embargo, tampoco vamos a ser tan necios como para negar que estamos ante un producto de ínfima calidad. La historia no tiene ningún giro y se desarrolla de una forma tan lineal y previsible que puede resultar aburrida. Los escasos diálogos son tan tópicos que rozan lo caricaturesco, así como los inexistentes matices e, incluso, rasgos de personalidad de todos los personajes (¿alguien recuerda el nombre de algún personaje que no sea Martin? Penoso...). La ausencia de banda sonora o música incidental es imperdonable. Además, y quizá sea esto lo más grave pues es un defecto común a toda la saga, la motivación de los desquiciados protagonistas para crear un ciempiés humano es clamorosamente insuficiente para justificar el festín de atrocidades que observamos, lo que nos mueve a pensar que estamos, básicamente, ante un producto filmado únicamente para levantar polémica y dar que hablar: más original y rompedor que la producción mainstream media, pero con una calidad insuficiente como para causar una adhesión sincera entre los devotos del género.

      Por todo esto, recomendamos The human centipede 2: Full sequence a todo aquel fan de los higadillos, la casquería en general y la insana fusión entre la cirugía amateur y el uso creativo de artículos de ferretería... y papelería. A años luz queda esta gamberrada de otras interesantes obras del terror extremo como A'lintérieur, Martyrs o la mítica La matanza de Texas: el espíritu de transgredir y recrear atmósferas insanas hasta lo inadmisible es el mismo, pero el resultado es tan caricaturesco que queda muy por debajo de estas otras interesantes películas. Y, desde luego, si te decides por verla, querido lector, hazlo con la digestión hecha y sin intención de cenar después. No digas que no te lo advertí...

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Cuchillos y palomitas I.- “71 FRAGMENTOS DE UNA CRONOLOGÍA DEL AZAR” DE Michael Haneke

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     Desde Un perro andaluz de Dalí y Buñuel hasta Anticristo de Von Trier, el cine de autor abre un insondable abismo entre el cineasta y el público, un vacío al que los espectadores deben dar forma bidireccionalmente, reelaborando lo que les ofrece el director de forma aparentemente inconexa y construyendo el significado de la obra. Esto mismo es lo que ocurre en 71 fragmentos de una cronología del azar, pero nos cabe la duda de si el austriaco Michael Haneke se habrá excedido en su ambición. A fin de cuentas, y valorando la innovación y la originalidad como características encomiables del séptimo arte, ¿no puede llegar el autor, en su excesivo celo por apartarse de lo mainstream, a traicionar las mismas bases del contrato cinematográfico y, así, a su público?

     71 fragmentos de una cronología del azar (1994) es la tercera película del director, escritor y dramaturgo Michael Haneke, y supone el cierre de su llamado “ciclo de la violencia de la sociedad moderna”. Aunque no sea una de sus películas más conocidas, en ella encontramos ciertos rasgos narrativos y estilísticos que caracterizarán la filmografía del austríaco: plasmación descarnada de la violencia, reflejo de las angustias existenciales del urbanita actual, desafección patológica entre los personajes, aparente falta de ritmo y coherencia estructural.... Sin embargo, en este caso Haneke llega mucho más lejos que en otras obras inquietantes como La pianista o Funny games, pues prescinde por completo de cualquier atisbo de linealidad, coherencia o sentido manifiestos.

     En esta película, y a través de 71 fragmentos cuya conexión no entenderemos hasta los últimos cinco minutos de película, se nos presentan pequeños retratos costumbristas de la cotidianidad de una serie de personajes cuyos destinos están fatídicamente unidos: un matrimonio que adopta a una niña apática y después a un inmigrante rumano, un guarda de seguridad cuyo ambiente familiar ha sido desquiciado por el sinsentido de la alienante cotidianidad, un anciano solitario cuyas únicas compañías son la televisión y la distante voz de su hija por teléfono y un joven acomodado dedicado a las típicas actividades ociosas y diletantes de la vida universitaria. Una de las características más llamativas (y, para qué negarlo, desesperantes) de 71 fragmentos... es la total ausencia de ritmo: En su interés por la desafección emocional, el distanciamiento analítico y el estilo narrativo naturalista (de inspiración intelectual positivista), Haneke prescinde de los elementos estructurales de la narración cinematográfica y apuesta (como hará también el director estadounidense David Lynch, por cierto) por que sea el propio espectador el que elabore en su cabeza alguna coherencia narrativa que dé unidad a la película, ofreciéndonos fragmentos descontextualizados hasta el extremo de las aburridas rutinas de los personajes. Esto hace que el visionado de la película sea, como el propio director se enorgullece en reconocer, exasperante, irritante y aburrido. El final nos da cierta clave para poder hilar estos retazos de historia, pero para cuando llega ese anhelado momento el espectador se encuentra tan frustrado y harto que hay que hacer un esfuerzo supremo de amor a la experimentación (y, quizá, de snobismo) para justificar esta hora y media de tedio y abulia.

     A su favor podemos subrayar precisamente los rasgos que caracterizan al cine de autor y que ya hemos ido apuntando en este escrito: construcción compartida autor/público del sentido, evocación y capacidad de reconocer ciertas situaciones antes que construcción lineal y directa de la historia, intención de escandalizar y provocar.... Haneke, sin duda, fuerza en esta obra todos los límites de la narrativa (y la paciencia) y lleva al límite lo que entendemos convencionalmente por narración, algo que resulta estimulante para el espectador de forma meramente intelectual. También es admirable cómo esta película es fiel hija de su tiempo, denunciando los crímenes de guerra en Kosovo (en clara apelación al controvertido político Kurt Waldheim) y la violencia resultante de la abulia alienante del estilo de vida burgués.

     Por otro lado, considero que esta obra es, en definitiva, un fracaso. Aunque, y esto es una triste constante en la obra del austríaco, transgrede de manera forzada la barrera del aburrimiento y la irritabilidad, dicha apuesta no se ve (como sí ocurre en la MAGISTRAL obra del nunca suficientemente idolatrado Ingmar Bergman) respaldada por una hipótesis o idea con la suficiente fuerza, calado y profundidad que justifique estos abismos, luego la forma no guarda ninguna proporción con el contenido, cayendo en la pedantería. La experimentación narrativa y el estilo personal son características más que apreciables, pero en el caso de Haneke la futilidad y lo peregrino de las ideas que evoca no llegan al nivel de exigencia intelectual que anuncia su rompedor estilo, con lo que deja en el espectador una sensación amarga de haber sido traicionado por las ínfulas de un pedante antes que seducido por las sugerencias de un autor.

     En definitiva, 71 fragmentos de una cronología del azar resulta interesante exclusivamente desde una perspectiva académica e intelectual, pero al común de los mortales le resultará un coñazo insufrible. Te encantará si estás con el gafapastismo subido y eres un zombi devorador de Cahiers du cinéma, un completista de las filmografías de autores fetiche del stablishment intelectual europeo o si quieres fardar de cultureta, pero poco más. Si te interesan la violencia estructural del capitalismo consumista, el aislamiento y la esquizofrenia congénitas del ciudadano narcisista postmoderno y el sinsentido de la vida tienes obras (ensayos, principalmente) mucho más sugerentes y, sobre todo, digeribles que te acerquen a la inefabilidad de nuestro monstruoso mundo que esta hora y media de pedantería y tedio.