miércoles, 21 de noviembre de 2012

Cuchillos y palomitas I.- “71 FRAGMENTOS DE UNA CRONOLOGÍA DEL AZAR” DE Michael Haneke

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     Desde Un perro andaluz de Dalí y Buñuel hasta Anticristo de Von Trier, el cine de autor abre un insondable abismo entre el cineasta y el público, un vacío al que los espectadores deben dar forma bidireccionalmente, reelaborando lo que les ofrece el director de forma aparentemente inconexa y construyendo el significado de la obra. Esto mismo es lo que ocurre en 71 fragmentos de una cronología del azar, pero nos cabe la duda de si el austriaco Michael Haneke se habrá excedido en su ambición. A fin de cuentas, y valorando la innovación y la originalidad como características encomiables del séptimo arte, ¿no puede llegar el autor, en su excesivo celo por apartarse de lo mainstream, a traicionar las mismas bases del contrato cinematográfico y, así, a su público?

     71 fragmentos de una cronología del azar (1994) es la tercera película del director, escritor y dramaturgo Michael Haneke, y supone el cierre de su llamado “ciclo de la violencia de la sociedad moderna”. Aunque no sea una de sus películas más conocidas, en ella encontramos ciertos rasgos narrativos y estilísticos que caracterizarán la filmografía del austríaco: plasmación descarnada de la violencia, reflejo de las angustias existenciales del urbanita actual, desafección patológica entre los personajes, aparente falta de ritmo y coherencia estructural.... Sin embargo, en este caso Haneke llega mucho más lejos que en otras obras inquietantes como La pianista o Funny games, pues prescinde por completo de cualquier atisbo de linealidad, coherencia o sentido manifiestos.

     En esta película, y a través de 71 fragmentos cuya conexión no entenderemos hasta los últimos cinco minutos de película, se nos presentan pequeños retratos costumbristas de la cotidianidad de una serie de personajes cuyos destinos están fatídicamente unidos: un matrimonio que adopta a una niña apática y después a un inmigrante rumano, un guarda de seguridad cuyo ambiente familiar ha sido desquiciado por el sinsentido de la alienante cotidianidad, un anciano solitario cuyas únicas compañías son la televisión y la distante voz de su hija por teléfono y un joven acomodado dedicado a las típicas actividades ociosas y diletantes de la vida universitaria. Una de las características más llamativas (y, para qué negarlo, desesperantes) de 71 fragmentos... es la total ausencia de ritmo: En su interés por la desafección emocional, el distanciamiento analítico y el estilo narrativo naturalista (de inspiración intelectual positivista), Haneke prescinde de los elementos estructurales de la narración cinematográfica y apuesta (como hará también el director estadounidense David Lynch, por cierto) por que sea el propio espectador el que elabore en su cabeza alguna coherencia narrativa que dé unidad a la película, ofreciéndonos fragmentos descontextualizados hasta el extremo de las aburridas rutinas de los personajes. Esto hace que el visionado de la película sea, como el propio director se enorgullece en reconocer, exasperante, irritante y aburrido. El final nos da cierta clave para poder hilar estos retazos de historia, pero para cuando llega ese anhelado momento el espectador se encuentra tan frustrado y harto que hay que hacer un esfuerzo supremo de amor a la experimentación (y, quizá, de snobismo) para justificar esta hora y media de tedio y abulia.

     A su favor podemos subrayar precisamente los rasgos que caracterizan al cine de autor y que ya hemos ido apuntando en este escrito: construcción compartida autor/público del sentido, evocación y capacidad de reconocer ciertas situaciones antes que construcción lineal y directa de la historia, intención de escandalizar y provocar.... Haneke, sin duda, fuerza en esta obra todos los límites de la narrativa (y la paciencia) y lleva al límite lo que entendemos convencionalmente por narración, algo que resulta estimulante para el espectador de forma meramente intelectual. También es admirable cómo esta película es fiel hija de su tiempo, denunciando los crímenes de guerra en Kosovo (en clara apelación al controvertido político Kurt Waldheim) y la violencia resultante de la abulia alienante del estilo de vida burgués.

     Por otro lado, considero que esta obra es, en definitiva, un fracaso. Aunque, y esto es una triste constante en la obra del austríaco, transgrede de manera forzada la barrera del aburrimiento y la irritabilidad, dicha apuesta no se ve (como sí ocurre en la MAGISTRAL obra del nunca suficientemente idolatrado Ingmar Bergman) respaldada por una hipótesis o idea con la suficiente fuerza, calado y profundidad que justifique estos abismos, luego la forma no guarda ninguna proporción con el contenido, cayendo en la pedantería. La experimentación narrativa y el estilo personal son características más que apreciables, pero en el caso de Haneke la futilidad y lo peregrino de las ideas que evoca no llegan al nivel de exigencia intelectual que anuncia su rompedor estilo, con lo que deja en el espectador una sensación amarga de haber sido traicionado por las ínfulas de un pedante antes que seducido por las sugerencias de un autor.

     En definitiva, 71 fragmentos de una cronología del azar resulta interesante exclusivamente desde una perspectiva académica e intelectual, pero al común de los mortales le resultará un coñazo insufrible. Te encantará si estás con el gafapastismo subido y eres un zombi devorador de Cahiers du cinéma, un completista de las filmografías de autores fetiche del stablishment intelectual europeo o si quieres fardar de cultureta, pero poco más. Si te interesan la violencia estructural del capitalismo consumista, el aislamiento y la esquizofrenia congénitas del ciudadano narcisista postmoderno y el sinsentido de la vida tienes obras (ensayos, principalmente) mucho más sugerentes y, sobre todo, digeribles que te acerquen a la inefabilidad de nuestro monstruoso mundo que esta hora y media de pedantería y tedio.

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